Hace unas pocas semanas, en uno de los últimos fines de semana otoñales y calurosos previos a los fríos del invierno, decidimos pasar un día en Biarritz. Hacía mucho tiempo que no pasábamos de San Juan de Luz y teníamos muchas ganas de visitar esta ciudad de la Aquitania francesa, llena de interesantes rincones, paisajes y edificios.
Lo que os recomendamos es que al llegar a Biarritz elijáis entre visitar primero la ciudad o pasar antes por la Ciudad del Océano, un museo inaugurado en 2011 a las afueras que merece la pena conocer. Aquí podéis disfrutar de las vistas hacia el mar, del edificio proyectado por el arquitecto Steven Holl, de sus salas interiores y de sus espacios exteriores, que parecen olas petrificadas; incluso comer en la cafetería o el restaurante o bien un bocata que llevéis preparado en los bancos y mesas de su explanada. En el caso de que vayáis a Biarritz, es buena idea aparcar en la zona de la Playa del Puerto Viejo (Plage du Port Vieux), porque es un buen punto de arranque para la visita. Desde allí nosotros comenzamos la excursión acercándonos a la Roca de la Virgen (Rocher de la Vierge), un peñasco en medio del mar para ver el mar Cantábrico y una vista de Biarritz privilegiada. Se accede a través de una pasarela metálica atribuida al atelier Eiffel y si el día y las olas acompañan, el paseo inicial es muy dulce.
En el mismo arranque del camino encontraréis el Museo del Mar Aquarium de Biarritz, un edificio Déco con 50 acuarios marinos y miles de especies. Ya que teníamos poco tiempo, no entramos, y decidimos adentrarnos en la parte histórica para descubrir sus rincones. Comenzamos a andar por la Rue du Port Vieux, descubriendo tiendas y calles muy cuidadas, restaurantes donde comer bien (cuidado con los horarios que son diferentes a los españoles) y edificios de varios estilos. Entramos en la Iglesia de Santa Eugenia, la principal de la ciudad, construida en el siglo XIX; paseamos por la zona alta del Mercado municipal Les Halles (muy recomendable siempre visitar mercados allá adonde vayáis por su colorido, actividad y género); y llegamos hasta la Grande Plage, donde se disfruta de su arena gorda y de los edificios más monumentales de Biarritz, como son el Casino (aquí también se puede tomar algo en su terraza mirando al mar y al paseo), el Hotel du Palais (que ocupa un palacio de 1855 que fue casa de verano de Napoleón III), o la Iglesia Ortodoxa edificada en el siglo XIX, para la colonia de aristócratas rusos que invitaba la emperatriz Eugenia de Montijo a veranear todos los años (su interior ha vivido, ciertamente, tiempos mejores).
En todo momento veréis el faro de Biarritz, siempre presente en su costa, a la derecha de la Playa Grande. Mientras que en la otra esquina, casi a los pies de la Iglesia de Santa Eugenia, y casi invisible, se encuentra el Puerto de Pescadores, lugar acogedor y tradicional donde también comer un buen pescado al lado del mar, pequeñas embarcaciones y casas típicas marineras.
Una vez comidos, el paseo para hacer la digestión puede continuar por la zona histórica, entrando en tiendas tan auténticas como la Bookstore de la Avenida Eduardo VII, la Pastelería Miremont de la Plaza Georges Clemenceau o la quesería de la Avenida Victor Hugo (por esta calle se llega al Mercado Municipal).
Y para finalizar, como volvéis al lugar de partida donde habéis dejado el coche al lado de la Playa del Port Vieux, nada más recomendable que llegar a la hora en la que disfrutar de una de las puestas de sol más bonitas de esta costa francesa, mirando al este y a la Virgen de la Roca.
Aquí os dejamos el link a la página de Biarritz en la que encontraréis más información de los lugares recomendaos: Biarritz.
Buen viaje.
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